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ARTÍCULO: DE AZUL PRECIOSO por Francisco Agudo López

Por Francisco Agudo López    

   Mira cómo la luz, caprichosa, tiende su manto de ilusión sobre ésta mañana de añiles. Alboradas que amamantan las liturgias del mañana. Altiva se asoma, pues celebra sus propios días y dichosa y cálida esparce con timidez su pasión a nuestro amanecer.

   Fuera, barriendo los aires, planean por sendas imprecisas los vencejos, tripulando sus quiebros por carreteras escondidas, clamando a diestro y siniestro sus canturreos jubilosos. ¡Dile cuanto me gustan esos marineros del alba!  Es el motor de las amanecidas, cuando la claridad engulle lentamente una noche de ensueños. Perentoria, nisán le aguardará más adelante para iniciarle en las sugerencias de un contraluz. Pero eso será en otro momento.

   Ahora abre la ventana. Deja que le invada el aroma fresco, fragante lucernario de los naranjos que en San Agustín derrochan frescura para que los corazones liben las riquezas de las nostalgias primeras.

   Deja que las notas de la Cruz Parroquial le envuelvan, le conquisten, le insinúen.  Nota como su corazón quiere latir a su ritmo, endiablado, ligero, de pasos resueltos.

   Viste tu mesa con el alma de los ritos. Una fuente de pestiños y unos gajorros maternalmente ablandados. Deja que saboree los primores de la tradición, pilares de nuestra conquista, reinos de nuestros suspiros.

   Cuéntale quien viene, quien se acerca para quedarse, porqué las calles se muestran doradas, perfiladas de amarillos fugaces, que se pierden a lo lejos entre los dulces tríos de Rodríguez López.

   Permite que la brisa le traiga los estribillos timbrados de las campanas, que tañen acelerando pulsos. Y de la mano, apresando instantes de pasión, llévale donde la túnica cuelga del requiebro de su lámpara, bucle eterno para colgar por siempre la que será su bandera desde hoy, lábaro de si mismo.

   Ayúdale a que la emoción riegue la niña de sus ojos. Explícale que ese azul, precioso, que envolvió otrora a quien también es mi debilidad, encarna el esfuerzo, la constancia, la amistad y la pasión.  Y también la sencillez, la honradez, la colaboración y la humildad. Que a la vuelta de la esquina contará para siempre con un taller de hilvanes donde sus madrinas le remendarán de oros y tisúes cualquiera de los males que le sobrevengan. Que dispone de unos padrinos que en el calor de una fragua, entre los martinetes de sus hendidas manos, le enseñarán a ser mejor persona. Que será el sobrino de cincuenta jóvenes que levantarán al cielo sus cielos cuando más lo precise y que en definitiva, serán las almas de medio millar de azules preciosos, como el cielo de un Jueves Santo, los que tendrá como su mejor familia.

   Vístelo. Huele su túnica, acaricia la sarga, que ése día, cede a la dulzura del tacto, porque, todo es suave en estas amanecidas claras de melaza y almíbar. El cíngulo debe abrazar la cintura, que sienta como si en esa laja de mieles de romero, su madre le sujetara en el regazo. Un buen peinado, unas mejillas pellizcadas, una carita blanquísima, tanto como su alma y unas alpargatas a juego con el cielo que espejará, desde hoy, sus suspiros.

   No olvides el retrato de rigor, estampa de vida y memoria de ilusiones primerizas.

   Cuida de repetir cada una de ésas mañanas lo mismo para que el rito y la regla tutelen sus maneras y vivan con él.  Un beso de adiós, que sólo es un hasta luego y el portero que suena, estentóreo, pero esperanzador.


   Bájalo, que el tito Paco le lleva a la cofradía.




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